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Llegó
premunido de fama: Doctor en Física, una experiencia envidiable en cuanto
establecimiento hubiera, según rezaba su currículum vitae que nadie quiso
comprobar, tan estupefactos quedaron con sus antecedentes. El colegio, ‘cuico’
según los malhablados, lo acogió rápidamente dada la escasez de profesores de
su especialidad.
Lo
mandaron ese mismo día al II Medio; entró con su capa blanca y maletín en medio
de la expectación general, pues a los chicos les habían advertido que les haría
clase un tipo excepcional. El colegio, decían, se honraba de tener en sus filas
a un científico de nivel.
Comenzó
bien su exposición: se paseó sin problemas entre los conceptos básicos de su
materia, que la energía, la masa, la aceleración, que la velocidad de la luz,
la relatividad, que Einstein, que Hawking. De verdad, era una enciclopedia, un
Sheldon Cooper contemporáneo (de ‘The Big Bang Theory’): serio, reposado, se
paseaba por la sala, no miraba a nadie, confiado en su superioridad
intelectual.
Llegó
el momento de los vectores; hizo un rápido dibujo en la pizarra y comenzó:
- Acá
ven la ‘flesha’ que se dirige hacia allá.
- Sus
alumnos se miraron desconcertados; ¿escucharon bien? El más osado le preguntó:
- Profesor,
¿puede repetirme la explicación?
- Por
supuesto – respondió. Tomó aire y reinició:
- Acá
ven la ‘flesha’ que se dirige…
Todos
se miraron, mientras asentían con miradas maliciosas. Sí, había dicho ‘flesha’.
Y lo repitió innumerables veces, no solo la famosa flecha sino todas las
palabras que tenían el sonido ch, invariablemente lo pronunciaba ‘sh’.
A
los dos días, me encontré con un grupo de sus alumnos y le pregunté qué tal el
nuevo Profesor.
- ¿El
‘Flesha?
- ¿Cuál
flecha? – pregunté, pensando en que no habían entendido la pregunta.
- El
‘profe’ de Física, po’. El nuevo.
Les
pedí detalles y me describieron su problema. Que lo hacían caer en la
pronunciación y se reían a sus espaldas. Que era el ‘Flesha’, que buscaban
palabras con ch para que las dijese, que nadie lo respetaba, que era Doctor en
Física, pero no servía, al menos para ese colegio.
No
diré inexplicablemente, pues tenía explicación, pero al día siguiente el
mentado Doctor en Ciencias Exactas no apareció. Dicen las malas lenguas que el
Director se enteró de su apodo y lo despidió. Se fue como flecha, ahora con ch.
Derechos reservados. ©
Comentarios
Un relato muy divertido sin duda. Pobre hombre, cargando toda su vida con el dichoso defecto de pronunciación. Más le hubiera valido avisar, advertir a su alumnado que no podía pronunciar correctamente y fin del problema.
ResponderEliminarRefrescante historia.
Me ha gustado.
Saludos cordiales
Marcos
Se puede solucionar, estimado Marcos, para lo cual son necesarias dos claves: 1. Que alguien se lo hubiese dicho y 2. Practicar para suprimirlo. Saludos y que estés superbién.
ResponderEliminarCompletamente de acuerdo apreciado Héctor.
ResponderEliminarUn abrazo.
Pobre hombre. No había razón que lo despidieran. Yo tuve un catedrático que escribía "absorver" pero ninguno nos atrevimos a corregirle. Saludos
ResponderEliminarUna pena, de verdad, pero en Chile las personas son muy crueles. Se hacía muy difícil que siguiera dictando clases. Un abrazo y valoro tu comentario. Saludos.
ResponderEliminarUn caso triste que, quizás se vea en ciertos ambientes, Héctor. Nada que ver la profesionalidad con la pronunciación, pero es un caso cruel que acaba con la trayectoria de una persona. No sé cuánto tendrá de real, pero forma parte del mundillo educativo. Lástima.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo :-)
Un abrazo, estimado, y sí, es un caso real, contado por otro profesor, del cual me hice, esta vez, su narrador.
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