Les
confieso que no soy adicto a la poesía; hecho curioso, sin embargo, pues somos
– al decir de muchos – una nación de poetas. Gusto de las canciones de amor que
son, ni más ni menos, poesía, contradicción vital que no me sorprende, pues no
es lo único que me sorprende de mí.
Ayer
me enteré de una noticia grata: el Premio Nacional de Literatura fue asignado a
Óscar Hann, poeta que nació en Iquique, el 5 de julio de 1938; cultiva, además,
el ensayo y la crítica literaria, y es
clasificado como integrante de la generación literaria de 1960. Sufrió
persecución en el Gobierno Militar y fue encarcelado; una vez recuperada la
libertad, postuló a un doctorado en EE. UU., donde residió muchos años, a cargo
de una cátedra en la Universidad de Iowa. Allí
conoció a Raymond Carver antes de que se hiciera famoso (autor de
“Catedral”, selección de cuentos que elegí para FD). Es Profesor de Castellano, lo que es un muy
buen antecedente, por cierto.
Cito dos poemas:
A mi
bella enemiga
No seas vanidosa amor mío
porque para serte franco
tu belleza no es del otro mundo
Pero tampoco es de éste.
En una
estación del metro
Desventurados
los que divisaron
a una
muchacha en el Metro
y se
enamoraron de golpe
y la
siguieron enloquecidos
y la
perdieron para siempre entre la multitud
Porque
ellos serán condenados
a
vagar sin rumbo por las estaciones
y a
llorar con las canciones de amor
que
los músicos ambulantes entonan en los túneles
Y
quizás el amor no es más que eso:
una
mujer o un hombre que desciende de un carro
en
cualquier estación del Metro
y
resplandece unos segundos
y se
pierde en la noche sin nombre
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