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¿Qué nos hace hablar (o escribir) tan mal?

Las variables de la lengua


Extraída de Google: El Mostrador

Constantemente, nos asombramos – unos más que otros – de lo mal que hablamos y escribimos. Sin el ánimo de dictar cátedra, pues reconozco ámbitos donde la informalidad y la coprolalia se hacen presentes – en mi habla coloquial, con interlocutores de confianza,  lo reconozco, se pasean campantes los exabruptos -, pero con la claridad, intelectual, por lo menos, de precisar que “dime cómo hablas (o escribes) y te diré quién eres”, para así ser encasillado en “flaite” ( o la pura cara de “cuico”, si así la tuviera, o, más extremo, “roto con plata”, ambas categorías dolorosas en las que no quisiera estar) o culto, cartel que es digno de ostentar y publicitar, pues se nace de la otra, pero se evoluciona a esta.

Pese a que ahondaré en alguna próxima crónica en este tema, van algunas precisiones referentes a las variables del lenguaje, responsables – según algunos estudiosos – de las curiosidades y deformaciones de nuestra habla:

Variable diacrónica: el tiempo juega un rol importante, dado que cuando utilizamos arcaísmos (palabras pasadas de moda) negamos la evolución natural y legítima del idioma. Así, prefiramos “oftalmólogo” a “oculista”, “chaqueta” a “paletó”, “anteojos” a “gafas”, “ustedes” a “vosotros”, “conversar” a “platicar”, entre otros.

Variable diatópica: el lugar influye en el léxico y la pronunciación. Si bien los regionalismos se aceptan, lo son únicamente en el espacio referido. Un argentino podrá decir “-Pásame la manteca, por favor” en su patria, refiriéndose a la mantequilla. Acá, le pasaremos la manteca, un compuesto de color blanco que sirve no para untar sino para hacer pan amasado y otros alimentos. Por lo anterior, a los chilenos que van al país vecino, están un fin de semana –y a veces ni siquiera cruzan el Paso Los Libertadores – y se les “pega” (¡qué falta de identidad, Dios Santo!)  el hablar como “che”, les recomiendo prudencia y mesura, pues a sus espaldas los inteligentes los “hacemos pebre”.

Variable diastrática: está ligada al estrato sociocultural del hablante, que depende de la educación formal o informal que tenga. Se puede nacer en cuna de oro y ser el roto más picante y ordinario, envidia de la Patty Cofré, de Daniel Vilches y de la mismísima Rosa Espinoza (¡Tanto te importa…); a la inversa, se puede provenir de un hogar humilde y hablar como señor, solo por influjo de la formación familiar y de la educación!

Variable diafásica: pertenece a las dimensiones formal e informal del habla. Me basta ver con quién hablo para saber cómo me expreso. No se trata de siutiquería, para los que ignoran el concepto, dado que apunta a refinamiento, apariencia. Por el contrario, la variable señala que si estoy en una situación formal debo establecer la asimetría (no tenemos el mismo rango o estatus), contraria a una situación informal, donde la simetría se advierte en plenitud. Así, “conceptos” como “erí”, “carrete”, “bacán”, finde” y otros esperpentos ya saltaron del habla coloquial –donde deben ser reyes y señores – a la formalidad, en un claro intento de aparentar juventud, muchas veces que ya no se tiene.

Hay personas a las que no los abandona la feble formación familiar y cultural, pues “muestran la hilacha” en cada comentario que emiten, olvidando que “dime cómo hablas (o escribes) y te diré quién eres”.

¿Consejos?

Me permito escribir tres: primero, revisa lo que escribiste, antes de publicarlo. Si se pasó un error, puedes editar (FB tiene el recurso); si no está, puedes poner Fe de erratas, que significa “corrijo”; segundo: atiende a los receptores y a tu calidad de emisor. Si soy Profesor, debo escribir como Profesor; no puedo amparar mi vulgaridad en “qué importa, yo escribo como quiero”, pues este argumento es confesión de mi propia necedad. Tercero: lee, todo lo que llegue a tus manos, el diario, un libro, un suplemento, un “comic”, lo que sea, pues si lees –y reniegas de la mala TV – irás cultivándote y mañana te dirás: ¡Bien por mí!

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