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¿El mejor papá del mundo?

Ser papá




El superpapá. Extraída de Google: Dreamstime

Nunca diré, ni pensaré, que mi padre fue el mejor del mundo. Primero, por respeto a los padres del resto, personas a las que quiero y valoro, quienes seguramente tuvieron buenos padres, quizá tan bueno o mejor que el mío. Segundo, porque pensar que mi padre fue el mejor del mundo es inexacto y decirlo me traen al recuerdo dos anécdotas: dos chicos iniciaron un pololeo, como tantos que se producen en la etapa escolar; a la semana, comentaban a todo el mundo que se amaban de acá al infinito, se juraban lealtad absoluta y prometían amarse siempre.  Pasaron dos semanas y el romance acabó; a los pocos días, cada uno ya tenía otro objeto de amor a quien dedicarle sus requiebros sentimentales. Y así sumaron, cada uno, hartas conquistas hasta que, llegada la madurez, cada uno encontró a la persona que los acompañaría muchos años.

La otra me la contó un viejo amigo: una de sus amigas sufrió la muerte de su padre, un señor de edad algo avanzada, jubilado, pero que cumplía bastantes actividades sociales.  Dolida, le dijo: -Mi padre no debió haber muerto, pues todavía tenía muchas cosas por hacer, era necesario para el mundo; me indigna ver que hay otros padres que no son importantes para la sociedad y siguen disfrutando la vida. ¿Por qué el mío y no ellos?

Mi amigo calló, aunque su corazón sintió el golpe; quizá no lo decía por su padre, quizá sí, pero el insulto caló hondo. Nunca más la quiso volver a ver. Así terminó su amistad.

Mi padre fue un hombre común y corriente, con defectos y virtudes; sacrificado, a veces mal genio; amó profundamente a mi Kenita y a mis hijos, así como a sus restantes nietos, yernos y nueras; era contemporizador, pues se ponía en el lugar del otro y trataba de solucionar los conflictos que teníamos unos con otros. Me legó el esfuerzo, ser algo mejor que él, estudiar, ser del Popular. Conocí su parte buena y también la mala. Sufrí los rigores de sus castigos, nunca físicos, muchas veces merecidos. Nunca le dije “viejo”, nunca lo tuteé, pero supe encontrar el cariño y el respaldo cuando lo necesité; es, justamente, lo que se espera de un papá.

¿Fue el mejor papá del mundo?

Por cierto que no. Pero el amor es más valioso cuando amas lo imperfecto. Tan imperfecto como yo, como tú, como ellos. Por eso lo amo, porque fue humano, no de otro mundo. Y lo recuerdo siempre en mis oraciones; beso, todas las mañanas, al levantarme, una foto suya que guardo como uno de los tesoros más preciados.

Te amo, papito de mi corazón.


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