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Actualizado el 16/1/2021
A
cincuenta años de su publicación, aún me conmueve recordar cuando tuve la
oportunidad de aproximarme a ella.
Es
la obra más extraordinaria que he leído. En sus páginas conocí el ‘Realismo
Mágico’, el árbol genealógico más enrevesado, las protagonistas más hermosas y
fatales, el mito urbano más fantástico, el pueblo más inexpugnable, la
vegetación más exuberante y los gitanos más singulares. Todo mezclado,
entremezclado y vuelto a mezclar, en una sinfonía de sonidos, olores,
sensaciones, visiones, historias y sufrimientos que la hacen inigualable.
Mauricio
Babilonia y su oleada de mariposas, el Coronel Aureliano Buendía y su
resistencia sobrehumana, Melquíades y su sapiencia, Remedios la Bella, los
diecisiete Aurelianos del que solo sobrevive Aureliano Amador, el bebé cola de
puerco, el joven coronel que entrega dos mulas con el tesoro de la Revolución
(y que veremos más tarde en ‘El coronel no tiene quién le escribe’), Pilar
Ternera y su concubinato con los varones de la familia, la competencia de
comida, la enfermedad del insomnio, la venda negra en la mano de Amaranta, las
hormigas rojas y un sinnúmero de historias que maravillan.
‘Cuídate
la boca’ era una de mis preguntas favoritas. Quizá más de algún alumno intentó
presumir diciendo que no lo había leído, pero esta prueba era inabordable si no
se dominaba su lectura.
Con
ella aprendí que habrá muchos imitadores; aprendí a releerla para identificar
algunas señales; aprendí que jamás podré desentrañar sus intensos y numerosos
significados.
Hay
novelas hermosas; también las hay desafiantes.
‘El
Principito’ es, casi sin discusión, la más hermosa.
‘Cien
años de soledad’, la más desafiante.
Si
la leyó, reléala. Si la está leyendo o piensa hacerlo, lo felicito.
No
la olvidará. Así como nunca olvidará a las personas que ama. O amó.
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