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La educación y la movilidad social
El progreso social. Extraída de Google: ExpokNews
Ocurrió
esta tarde. El lugar y los protagonistas permanecerán en el anonimato, pues lo
que importa es la conclusión:
Una
clase con un curso algo inquieto. Realizamos, en la mañana, en Biblioteca, una
actividad muy sencilla: leer “El árbol” de María Luisa Bombal e identificar
solo el léxico dificultoso o desconocido, extrayendo sinónimos de diccionarios.
Hice ver a mis alumnos que en la clase de la tarde revisaría la actividad y
pondría una nota acumulativa, exigiendo un mínimo de siete conceptos trabajados
(todos coincidirán en que era sencilla y abordable).
Llegada
la clase, comencé por lista a verificar la realización; una vez completada la
revisión, advertí que de 28 solo 6 o 7 la habían finalizado. Pensé cómo podía
revertir la situación, que me entristecía e indignaba por la carencia de
esfuerzo, que impediría la movilidad social que supone la educación, tan
necesaria en nuestro país, pero no me quedé en la reprimenda, sino pensé en un
mensaje diferente:
Pregunté
si había algún alumno que, voluntariamente, me comentara en qué trabajos se
desempeñaban sus papás; una de mis mejores alumnas, muy responsable y educada,
se ofreció y dijo:
-Mi
papá es gásfiter y mi mamá, asesora del hogar.
- ¿Qué
esperan ellos al enviarte al colegio? – pregunté.
-Que
sea más que ellos, Profesor – me respondió.
Aprovechando
el silencio del curso, les expliqué que los papás nunca quieren el mal para sus
hijos, que todo lo hacen por su bienestar, por lo que, si decidieron enviarlos
al colegio y, con muchas dificultades, pagar por ello –aunque sea muy poco – es
porque quieren un futuro mejor para ellos.
Les
comenté los esfuerzos que significaron para mí ser Profesor, las vicisitudes
que debí pasar, pues provengo de una familia de esfuerzo, quizá como las suyas.
Que sabía la importancia de la educación para tener un mejor pasar y, así como
mis padres sienten orgullo por lo que soy, sus padres igual lo sentirán cuando
vean que ellos aprovecharon sus sacrificios. Que hoy descanso sabiendo que mis
hijos son profesionales, igual que los suyos lo sentirán. Que, finalmente,
espero que entiendan que todo – o casi todo – depende de sus decisiones, no
importando lo que esté en sus cabezas sino en sus corazones.
Vi
alumnos con los ojos brillantes, emocionados, mientras un profundo silencio
servía de marco para el punto de inflexión que - confío – será el arranque para
una nueva actitud que será beneficiosa para ellos y nuestro país.
No
busco alabanzas con esta crónica, sino remarcar lo que no me canso de decir: en
los tres tipos de colegios del país hay jóvenes educados, estudiosos,
desinteresados y de maneras burdas. Lo puedo afirmar con propiedad. El objetivo
es hacerlos enfrentarse a su realidad - con firmeza, pero con afecto – y
mejorarla.
Hoy no me siento más feliz, pues soy por naturaleza – y gracias a Dios – un hombre feliz; me siento más esperanzado en que nuestro país puede cambiar, que desde donde estemos podemos hacer de Chile un país más justo, más solidario, más educado, más humano, más respetuoso, más honesto.
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