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¿Cómo
llamamos a las personas que no miran de frente, manipulan a los que llevan la
voz, se esconden detrás de otros, no se hacen responsables de sus dichos,
culpan a “me contaron…”, son los reyes - ¿o reinas? - del “copucheo”, buscan
indisponer a quienes les quitan espacios porque son mejores que ellos o,
simplemente, porque les caen mal, “tiran la piedra y esconden la mano”, te
saludan con aspavientos pero no dudan en hablar mal de ti cuando no miras y un
largo etcétera?
Simplemente
solapados. Sin recovecos, eufemismos
ni dulzuras lingüísticas. Ahora bien, ¿qué significa ser solapado?
Viene
de solapar, verbo que se refiere a 1. tr. Poner solapas a los vestidos. 2. tr.
traslapar. 3. tr. Ocultar maliciosa y cautelosamente la verdad o la intención.
4. intr. Dicho de un vestido: Caer cierta parte del cuerpo de él doblada sobre
otra para adorno o mayor abrigo. Este chaleco solapa bien.
En
sentido figurado apunta a la persona que se protege con otro objeto o persona
para no manifestar sus propósitos reales (de allí, solapa).
Solapado, da: (Del part. de solapar). 1. adj. Dicho de una
persona: Que por costumbre oculta maliciosa y cautelosamente sus pensamientos.
Un
buen ejemplo aparece en el cuento “Sábado de Gloria”, de Mario Benedetti, de
quien leí “La tregua”, excelente novela que narra la vida dolorosa y
desesperanzada de Martín Santomé, un jubilado viudo, que conoce y pierde el
amor casi en el mismo instante.
“Los comentarios quedan para un sábado
como este. (Porque en realidad era un sábado, el final de una siesta de
sábado.) Yo me levanto a las tres y media y preparo el té con leche y lo traigo
a la cama y ella se despierta entonces y pasa revista a la rutina semanal y
pone al día mis calcetines antes de levantarse a las cinco menos cuarto para
escuchar la hora del bolero. Sin embargo, este sábado no hubiera sido de comentarios,
porque anoche después del cine me excedí en el elogio de Margaret Sullavan y
ella sin titubear, se puso a pellizcarme y, como yo seguía inmutable, me
agredió con algo más temible y solapado
como la descripción simpática de un compañero de la tienda, y es una trampa,
claro, porque la actriz es una imagen y el tipo ese todo un baboso de carne y
hueso. Por esa estupidez nos acostamos sin hablarnos y esperamos una media hora
con la luz apagada, a ver si el otro iniciaba el trámite reconciliatorio. Yo no
tenía inconveniente en ser el primero, como en tantas otras veces, pero el
sueño empezó antes de que terminara el simulacro de odio y la paz fue
postergada para hoy, para el espacio blanco de esta siesta.”
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