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Un hincha como muchos
Soy
“alboadicto” desde pequeño, fruto del amoroso trabajo de mi padre, quien me
llevó más de alguna vez a los estadios locales a ver al Popular.
Guardo
en mi retina si no momentos de los encuentros, por lo menos del espectáculo de
estadios llenos, con algarabía, gritos y banderas albas que celebraban los
goles del Cacique.
Toda
su familia, mis tíos, era colocolina, razón más que suficiente para entender, a
mi corta edad, que el Albo era un equipo popular, exitoso y donde iba generaba
espectáculo.
Sufrí
muchas veces, lloré – no recuerdo – quizá otras, pero disfruté más de las que
lamenté. A la pérdida ante Independiente, por la final de la Copa Libertadores,
1973, en un desarrollo que la historia ha juzgado, le sucedieron otros fracasos
deportivos, entre los que recuerdo, por ejemplo, la eliminación a manos de
Vasco de Gama en 1990, si la memoria no me traiciona.
Disfruté,
sin embargo, la emoción de la Copa Libertadores de 1991, ahora con mi hijo y mi
cuñado, para luego desfilar por calle Valparaíso en medio de un muchedumbre que
bajaba de los cerros de la Ciudad Jardín, en un fenómeno que se repitió por
todo Chile: primera vez (y única) que el país obtenía un título deportivo de
envergadura.
Hoy
los tiempos no son buenos, es cierto; el dinero se ha estacionado en el Eterno
Campeón y solo se piensa en el negocio. Le están robando el alma. Este fenómeno
puede traer mayor crisis que la futbolística. Y hay que ocuparse más que
preocuparse.
Haciendo
caso a mi hijo amado –cuándo no lo hago – decidimos hacernos socios. La idea no
es solo influir para que los verdaderos interesados se hagan cargo de su
gestión, sino para demostrar al país que somos el club más popular.
Era
solo un hincha; hoy, además, socio.
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