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Discurso del ascensor: La clave para presentar tus ideas con impacto

“¡Anda a buscar los 60 pesos, m…!”




Una señora, de edad mediana, menuda y desgreñada, con una polera apretada que comprimía inhumanamente sus carnes, hizo parar el bus y se encaramó con ligereza, no sin antes permitir que sus hijos – a juzgar por la confianza con que se dirigía a ellos-, un chicuelo de cerca de 12 años más dos pequeñines de no más de 4, sucios y desaliñados, con el cabello opaco y desmelenado, se dirigieran al fondo de pasillo, donde había tres o cuatro asientos desocupados. Un señor que iba sentado en un extremo dejó el sitio y se cambió de lugar, probablemente intimidado por la presencia de este tropel bullicioso (mejor me cambio, allí viene un chico comiendo helado, capaz que me lo desparrame en la ropa).

Mientras su prole se acomodaba en los asientos, su madre discutía a grito pelado con el chofer  por la tarifa:

-       ¡Pone la tarifa po’, así engañan a la gente!  ¡El otro día me cobraron una luca, son sinvergüenzas!

-        ¡Tome, señora, devuélvame el boleto! ¡Bájese!

-       ¿Por qué me voy a bajarme?

-       ¡Me debe 140 pesos todavía!

La señora camina hacia el fondo del bus y le dice a su hijo mayor que le lleve el dinero faltante al chofer. Le pasa 200 pesos; su hijo lo hace y sin esperar el cambio, regresa al fondo. Allí, su madre, lo interpela:

-       ¿Y el vuelto, m…?

-       ¿Qué vuelto? -  le contesta evasivo el menor.

-       ¡El vuelto, po’! Te pasé 200 y son 140.

-       ¡Sa! No importa. ¡Que se los meta en la …! – responde el chico.

Se acomodaron en los asientos, mientras la dulce madre repartía bebidas, galletas y yogur a su progenie, todo sacado de una bolsa malamente tirada sobre uno de los asientos desocupados.

-       ¡Ya po’, m.., cómete las galletas! – le decía a uno, mientras al otro le ofrecía ¿Querí más?

Cada tanto, se acordaba de los 60 pesos y le decía al mayor:

-       Ya po’, m…! Anda a buscar los 60 pesos.

-       ¿Qué 60 pesos? – contestaba indefectiblemente su retoño.

-       ¡No te hagai el h…! Los que me debe ese viejo de m…

Y así trascurrió el viaje de Viña del Mar a Quilpué. Como solo había escuchado el interminable ¡Anda a buscar los 60 pesos, m…!, cuando me dispuse a bajar, pude fijar mi vista disimuladamente –no fuera que la hombruna mujer me cobrara el vuelto a mí – en ella. Piernas abiertas, una apariencia que en nada traicionaba la primera impresión que tuve de ella cuando subió, facciones toscas, pelo enmarañado, gestos duros, seguramente el cariño y el amor filial no existían en su léxico, por lo que me preguntaba qué sería de esos chicos criados en medio del maltrato y el desafecto.

Todavía resuenan en mis oídos: ¡Anda a buscar los 60 pesos, m…!

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