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Actualizado el 3/1/2021
“Al
principio la muchacha del Dauphine había insistido en llevar la cuenta del
tiempo, aunque al ingeniero del Peugeot 404 le daba ya lo mismo. Cualquiera
podía mirar su reloj pero era como si ese tiempo atado a la muñeca derecha o el
bip bip de la radio midieran otra cosa, fuera el tiempo de los que no han hecho
la estupidez de querer regresar a París por la autopista del sur un domingo de
tarde y, apenas salidos de Fontainbleau, han tenido que ponerse al paso,
detenerse,…”
La
autopista del sur
Fue mi primer encuentro con Julio Cortázar,
novelista argentino-francés, de una originalidad poco común. Una de las particularidades narrativas de su
obra, no apta para estudiosos sino para la gente común, ávida de buenas
lecturas, es que los nombres de los personajes son marcas de automóviles.
Desfilan, ante nuestros ojos, la chica del Dauphine, las monjas del 2HP, el
hombre pálido del Caravelle, los jovencitos del Simca y el ingeniero del
Peugeot 404, amén de muchos otros.
Al poco tiempo, me asombré con “La noche boca
arriba”, donde espacios y tiempos se mezclan en la vida del hombre
contemporáneo y el guerrero moteca, durante la “guerra florida”:
“-Se
va a caer de la cama -dijo el enfermo de la cama de al lado-. No brinque tanto,
amigazo. “
Ya capturado por su narrativa, seguí
buscando. Encontré “Circe”, donde la joven Delia Mañara a quien, según las
malas lenguas del barrio había, se le habían muerto dos novios en extrañísimas
circunstancias, al decir de los periodistas actuales. Tenía una afición: elaborar bombones, clave
para el desenlace de la historia. Se vincula – y es lo más interesante – con el
mito homónimo, leído en La Odisea.
“Se
lo dijo a Madre Celeste: "La odian porque no es chusma como ustedes, como
yo mismo", y ni parpadeó cuando su madre hizo ademán de cruzarle la cara
con una toalla.”
Me encandilé con “La isla a mediodía”,
historia confusa, que se debe leer y releer para comprenderla, pero fascinante:
“La
primera vez que vio la isla, Marini estaba cortésmente inclinado sobre los
asientos de la izquierda, ajustando la mesa de plástico antes de instalar la
bandeja del almuerzo. La pasajera lo había mirado varias veces mientras él iba
y venía con revistas o vasos de whisky; Marini se demoraba ajustando la mesa,
preguntándose aburridamente si valdría la pena responder a la mirada insistente
de la pasajera, una americana de las muchas, cuando en el óvalo azul de la
ventanilla entró el litoral de la isla, la franja dorada de la playa, las
colinas que subían hacia la meseta desolada.”
Viajé a la Roma clásica con “Todos los fuegos
el fuego”, mirando a través de los ojos del procónsul y viajando en el túnel de
tiempo hasta posicionarme al lado de Roland Renoir, mientras escoge un
cigarrillo:
“Antes
de marcar el número de Roland, la mano de Jeanne ha andado por las páginas de
una revista de modas, un tubo de pastillas calmantes, el lomo del gato ovillado
en el sofá.”
Me impacté con “La continuidad de los parques”,
un excelente relato seudopolicial, donde el narrador se desdobla para sorprendernos
al final:
“Había
empezado a leer la novela unos días antes. La abandonó por negocios urgentes,
volvió a abrirla cuando regresaba en tren a la finca; se dejaba interesar
lentamente por la trama, por el dibujo de los personajes.”
Y me emocioné con “El final de juego” con
tres mujeres jóvenes, casi niñas, que pasan el tiempo con un original juego,
interrumpido en un instante por los ramalazos del amor:
“Con
Leticia y Holanda íbamos a jugar a las vías del Central Argentino los días de
calor, esperando que mamá y tía Ruth empezaran su siesta para escaparnos por la
puerta blanca. “
Si los leyeron, genial; si no, los motivo a hacerlo,
pues no solo se entretendrán, sino estarán en presencia de uno de los más
grandes escritores contemporáneos. Y, al final, la lectura es cultura, ¿cierto?
Comentarios
Un escritor imprescindible que evocas magistralmente en esta publicación.
Un fuerte abrazo :-)