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Una
sala limpia, espaciosa, con los bancos
ordenados en tres filas. Allí, no más de 28 alumnas, de 7° Básico, que iban
llegando a “goteras”: primero, había 10; luego, 16; posteriormente, 20; al
final, 26 de las 28 esperadas, todas niñas que no superaban los 14 años.
El
frío atacaba con furia; las 8 de la mañana, siempre lo he pensado, no es buena
hora para comenzar la jornada escolar, si piensas que mínimo hay que levantarse
a las 6.30, bañarse y soportar el clima
que en la calle te ataca sin piedad - ¡pobres ojos, orejas, boca y
nariz! – no es un aliciente.
Al
final de la sala, Catalina, de pelo
negro y aspecto humilde, pizpireta y extravertida; a su lado, Carla, una
trigueña, la más chica del trío, modosita y suave en sus maneras; por último,
Ana, una colombiana con trenzas de las llamadas “bahianas”, morena fiel a su nacionalidad, algo más
retraída y hasta hosca.
Viven
en distintos sectores: Catalina, en las Glorias Navales, camino a Reñaca,
herencia del Campamento “Salvador Allende”, fundado en 1971; Carla, en 14
Norte, centro de la ciudad; Ana, en Forestal, bien arriba, según confiesa con
inocencia; tiene permiso para llegar más tarde, porque los microbuseros no le
paran.
Emprendieron
un trabajo cooperativo, se daban ideas y avanzaban, sin discusiones; no
importaba dónde vivían, si sus familias eran pudientes o no, si desayunaban o
almorzaban en el colegio, si llegaban perfumadas o no, si sus padres eran
profesionales o simples jornaleros; eran las tres diferentes, pero convivían
pacíficamente, en medio de bromas y seriedades, si es que a chicas de esta edad
se les puede pedir seriedad. Y producían, con diferencias, pero avanzaban.
Culminaron
sus textos, que hablaban de sus mascotas: una,
su perrito; las otras, sus gatitos. “Lo quiero más que a todo el
universo” era el reflejo de la hipérbole, que contextualizaron y jamás
olvidarán, porque se relacionaba con su vida, con su entorno.
Dejo
las reflexiones sesudas para el lector. Yo solo me emociono al recordarlas.
Comentarios
Un fuerte abrazo :-)