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Jugadores de fútbol corriendo detrás del balón en una cancha de tierra
Siempre,
en un asomo de presunción de “mocoso”, despreció a quienes se denominaban
futbolistas y solo conocían las canchas encementadas de los colegios
particulares. Para él, los astros surgían de las canchas de tierra de las
poblaciones, así como las de su barrio, allá en los cerros viñamarinos.
Sufrió
los rigores de las patadas, muchas veces malintencionadas, de sus rivales, “pasa
la pelota, pero vo’ no”, sus rodillas exhiben vistosas cicatrices de sus
encuentros cara a cara con la pedregosa superficie, mal allanada por las palas
de ellos mismos o por las lluvias inclementes de otrora.
Comenzó
muy niño a pelotear con sus vecinos; veía, cuando la TV mostraba partidos, muy
de tarde en tarde, pues todavía no era “pasión de multitudes” o no entraba en
el negocio de los millones de dólares. Todos hablaban de Carlos Caszely, el “Pollo”
Véliz y los astros de Colo Colo 73’. La “onda” no era dominar la pelota ni
pasarla por cuanta parte del cuerpo se tiene, como ahora, sino los “piques”,
dominio en velocidad, la “chilena” y golazos de media distancia. Los
malabaristas del balón dormían el sueño de los justos, en espera del descubrimiento
de los medios.
Así
creció, en medio de sus estudios y las “pichangas” a medianoche en la avenida
que circundaba su población. No existían los condominios, pues la delincuencia
estaba recluida a ciertos sectores o no había tantos ladrones, no lo sabía. Bastaba
que 30 fulanos se pusieran de acuerdo y copaban la calle; uno avisaba si venía
la micro, que en ese entonces brillaban por lo esporádicas, y la cuestión era
darle y darle a la pelota hasta quedar exhaustos, en medio de risas, gritos y
la comprensión de los vecinos, los buenos vecinos que ignoro si todavía quedan.
Empezó
en Tercera, donde convivió con los “viejitos” que iban en bajada en el “deporte
rey”. Cincuentones, sesentones y hasta algunos bien conservados setentones eran
sus compañeros de división. Les daban consejos, “cabrito, no la tengas tanto o
si no te darán ‘salsa de patás’, la tomas, te das vuelta y la entregas.” A poco
andar pasó a Segunda; de allí el tránsito a Primera fue raudo y comenzó a ser
cotizado. Lo tentaban de clubes, todos de barrio, pero se sentía ligado a sus
amigos, por lo que se mantuvo en el original, salvo por un par de incursiones
en otros equipos.
Cautivado
por los halagos de muchos amigos y vecinos, fue a probarse a un club
profesional; acudió a un llamado, pero vio tal cantidad de chicos como él,
tanta pobreza en la indumentaria deportiva, el peto que le pasaron estaba
deshilachado y fétido, y un aparente DT que ni siquiera entendía lo que decía,
que se desanimó. Se dijo, en un momento que sería crucial para su vida: “Esto
no es para mí”.
Se
dio cuenta a buena edad de que si bien tenía algunos talentos futbolísticos,
sería solo del montón; llegaría quizá a jugar en algún equipo regional, pero
nada más. Guardaría para sí el privilegio de haber compartido camarín con un
par de estrellas del fútbol nacional, que sí llegaron lejos, muy lejos, y que
hoy son recordados y forman parte de las crónicas deportivas de cuando se
les ganó a reputados elencos del
continente.
Guardaría,
además, la seguridad de que los astros
salen de las canchas de barrio, esas de tierra y piedrecillas, llenas de hoyos
y pasto incipiente donde el agua de las lluvias se apozó.
Hoy,
feliz con lo que hace, no olvida sus lejanas tardes deportivas, algunas llenas
de gloria, cuando las para él muchedumbres de fanáticos, entre las que asomaban
las chicas mejor “ranqueadas” de los alrededores, voceaban su nombre o se admiraban con sus
jugadas. Recuerda, sin el menor asomo de dolor, algunos golazos que quedaron
marcados a fuego en su retina.
Hoy
sabe que escogió bien.
Derechos reservados. ©
Comentarios
En este relato hay elementos interesantes por los razonamientos que aparecen. Por la forma de expresarlos, ¿tiene algo biográfico?
Un fuerte abrazo :-)