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Terminología nacional
El lenguaje. Extraída de Google: Ivoox
Ocurrió en uno de los tantos seminarios a los que acudimos cada tanto. El anfiteatro estaba colmado con más de cien asistentes que aguardaban, entre el cansancio del largo viaje y la expectación natural, aunque algunos de naturaleza escéptica no tenían muchas esperanzas de este encuentro. Ya habían pasado por similares experiencias y todas tenían la misma estructura: un expositor autorreferente con recetas que consideraba la panacea, la promoción de conceptos que había publicado en algún libro perdido entre las ofertas de alguna librería de segunda mano, una actividad que los sometía al ridículo, y un sabelotodo que declaraba saberlo todo o un “educador” que hace muchos años no pisaba una sala de clases.La
relatora, esta vez, era una sicóloga clínica. Al decir de mis amigas, también
Profesoras, y con bastante más ojo para estos temas, vestía prendas de tiendas
exclusivas, por ejemplo, una cartera Louis Vuitton, cuyo valor sobrepasaba el
par de millones de pesos. Solo por
curiosidad, entré en “Mercado Libre”, donde los precios tenían 6 dígitos, y son
de segunda mano.
Con
una pronunciación típica de las “cuicas” – para que quede claro – inició el
tema. Se presentó, habló de un nutrido currículo y enfatizó un viaje que había
hecho con su hijo menor a Cuba a título de nada – y pensar que muchos de los
presentes con suerte viajan a sus trabajos y casas – lo que no encantó, es
cierto. No hay nada más mal recibido que la ostentación y vanagloria, es la
consigna, como diría el Principito al Vanidoso.
Varios
nos fijamos en un concepto que reiteró muchísimas veces: “cabros”, refiriéndose
a los alumnos. Presa de molestia, algunos no escondieron su disgusto. Sin
embargo, la valiente, cabe reconocerlo, fue una Profesora joven, quien pidió la
palabra y le espetó: ¿Cuál es el sentido de la metáfora cuando hablas de
‘cabros’? Ella y muchos captamos la ironía presente en la “metáfora”, pues no
lo era, sino lisa y llanamente un término despectivo.
Se
hizo un tenso silencio, roto segundos después con la declaración de la mentada
para decir que ‘cada cual escucha lo que quiere, que el problema no es de quien
habla, sino de quien oye’.
Muchos
se revolvieron incómodos en sus asientos. La respuesta no era, precisamente,
una tregua sino una declaración de guerra. Algunas voces anónimas murmuraron.
La ‘especialista en educación’, seguramente, analizó el momento y se dio cuenta
de que era mejor recular, era lo prudente o los millones que cobraría se
esfumarían ante aquel auditorio tan montaraz.
Dulcificó
su voz e intentó justificar el apelativo; sumió su discurso en la verborrea
sicológica y juró que salió si no indemne por lo menos con algunos rasguños.
Dedicó
largos minutos a argumentar el porqué del apelativo, que no fue su intención,
que lo dijo con el afán de manifestar su cercanía con el ‘sujeto’ de la
educación y otras ‘razones’ por el estilo, lo que –dudo – ni siquiera a ella la
convencieron.
Pese a
ello, más de alguna vez cayó en la misma denominación, por lo que supusimos que
estaba en su ADN; ya era recibido con risas. Inclusive, formó parte de la talla
del día, por lo que todos bromeaban con la ‘palabrita’.
Es cierto que hay alumnos que no son ‘niños de pecho’, angelitos o testimonios vivientes de la buena educación a los que por osmosis se les debe querer; es cierto que a algunos sus padres solo les dieron casa, comida y las llaves del auto, olvidando urbanidad, cortesía y educación; es cierto que a otros les inculcaron que ellos pagaban para que el colegio los educara; es cierto que hay Profesores que no eligieron serlo sino cayeron, de golpe y porrazo, en su carrera y la disyuntiva era seguirla o dedicarse a ‘sapo’ de aviones en el Merino Benítez. Es cierto todo lo anterior y más. Pero también es cierto que la primera forma de darse cuenta de lo feliz o infeliz que se está con lo que se hace es a través del lenguaje que usas para referirte a otros. Y se nota.
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