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Impresionaba
a primer oído su acento: melodioso, con las eses pronunciadas al más puro
español, cuidadosa masticación de las palabras, voz ronca y algo áspera, más de
alguien pensaba ‘se perdió un conductor de programa de TV de los estelares, de
esos que hacen nata después de los noticiarios’ y causaba envidia entre sus colegas.
Era
uno de los tantos Profesores de Castellano del colegio, hoy llamados Lenguaje y
Comunicación, y el rasgo más preciado en ellos era, justamente, su dicción. Hoy
florecen los que hablan como en la calle, como cuando se habla con los amigos,
donde se juntan los exabruptos y las eses escasean junto con la abundancia de
las tr arrastradas: catrre por catre, entrre por entre, cuatrro por cuatro, detrrás
por detrás y escuchar a uno que hable bien es una delicia, un placer de esos
inolvidables, como cuando una concursante de belleza no responde que se casaría
con el Papa ni quiere la paz mundial, que por lo clisés – o clichés, da igual –
cansan, saturan y te dan ganas de que pierda por bruta, sino que aspira a educarse y ser una persona
mejor.
Como
dije, todos lo escuchaban pues era placentero a los oídos; cuál más, cuál
menos, se dejaba llevar por la admiración y lo hacía hablar solo para escuchar
el sonsonete peninsular, tan escaso en esos tiempos.
Cierta
vez, hubo una junta de Profesores; el lugar, un bar porteño, de esos escondidos
en las callejuelas de adoquines en los que relampaguean los cascos de tanto
caballo de tiro que se dirige al Mercado de la Avenida Argentina a vender leña,
cochayuyo o tierra de hoja p’al jardín, patrona.
Llegaron
como veinte, puros hombres, pues no era bien visto que las mujeres se liaran a
beber en estos restoranes. Partieron con el pedido de comida: pernil con papas
fritas, malaya con arroz, bisté a lo pobre, donde florecían dos inmensos huevos
con yemas salmones, de esos de campo, lomo con arroz y unas fuentes con
ensalada a la chilena, achicoria con aceitunas, lechuga con apio y el
infaltable pebre acompañado de hallullitas calientes. Botellones de vino, de
esos de litro y medio, caracoleaban en medio de la comida, tentando a los
comensales a hacer salud por la razón que se les ocurriese: por el director,
por la jefa de UTP, por la mamá del alumno tal, que está bien buena, por la ‘profe’,
la misma que se come a dos de 23 (*) y que es malita pa’ eso, por el Colo, el
Wanderers, la política y tantos temas, que como lo dispersos que somos,
abrazamos sin perdernos en los vericuetos del razonamiento. Eso de una cosa a
la vez no reza con los líderes de la manada, pues el intelecto nos da para
todo, aunque tengamos predilección indiscutible por ciertos temas, es cierto.
Luego
de la opípara cena, devorada en medio de risotadas e improperios al aire, a
medida de que las botellas eran reemplazadas silenciosamente, la conversación
comenzó a hacerse más íntima: se sucedieron las confesiones, las preguntas ‘al
hueso’, ¿verdad que te comiste a …, ¿supiste que el dire te tenía entre ojos
pa’ echarte?, ¿de verdad que estai mal con tu mujer? y otras por el estilo.
Alguien
miró al ‘español’ y le preguntó: -¿En qué parte de España estuviste?
- Este
pegó un largo sorbo a la copa de vino y respondió:
- - Nunca
he estado en la Madre Patria, estimado.
Su
respuesta pilló de sorpresa a todos, por lo que aguzaron el oído mientras
dirigían su vista al aludido.
- - ¿Y
de dónde sacaste el acento español?
- - Fácil,
pos coño. He visto tantas películas de Joselito que se me pegó el acento.
Un
silencio sepulcral se adueñó de los comensales. Se miraron unos a otros y nadie
atinó a decir nada. Hasta que uno se largó a reír y el estruendo se replicó
como reguero de pólvora. En medio de golpes en la mesa, carcajadas y gritos
todos se desternillaban de risa, repitiendo -¡Películas de Joselito! (**)
El
bochorno del ‘español’ no cesó en largo rato, pues cada tanto alguien se
acordaba de Joselito y se largaba a reír, siendo imitado por los restantes
contertulios. Los comensales de las mesas vecinas, que a esa hora repletaban el
local, se sumaron a las risas y todo el ambiente se transformó en un circo;
cada nuevo cliente, desconcertado ante el aire festivo, preguntaba cuál era el
motivo, le explicaban y se largaba a reír.
Hoy
he visto al ‘español’. Se le ve maduro, mucho menos españolizado, es cierto, y
solo cada tanto se le escucha el sonsonete, un ‘gilipollas’, un ‘pos hombre’ y
otro giro español, como para no perder la costumbre, diría cualquiera. Del episodio
no recuerda nada, dice él, pero no le creo: fue tan espectacular que sigue guardado en las memorias de los 20
de la cena. Aunque el lunes, ya de vuelta en el colegio, nadie comentó algo ni
fue mirado de una manera especial, como si no hubiese ocurrido.
Derechos reservados. ©
(*)
Ver ‘Me como a uno de 46’
(**)
Nota del redactor: Joselito fue un niño español, famoso en la década del 60,
dueño de una voz excepcional, y que realizó muchas películas. Cantaba, dicen,
como los dioses. Está en Youtube, si les
interesa.
https://www.youtube.com/watch?v=hjD1le03ACM
https://www.youtube.com/watch?v=hjD1le03ACM
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