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Actualizado el 3/1/2021
8.20 hrs., Metro en
dirección al Puerto, cuatro carros, mucha gente en el andén y otra tanta en los vagones.
Algunas personas pugnan por
entrar, olvidando que primero se deja salir y luego ingresar, en una manifiesta
falta de educación y desprecio por sus deberes, aunque sea algo nimio.
Miro a mi alrededor,
mientras escucho las noticias de la ADN Radio. Una vez que circule por el subsuelo
de la Ciudad Jardín, perderé la señal, por lo que aspiro con fruición las
novedades que transmiten los conductores. Me entero de tres accidentes, uno en
al camino a Quintero, otro en La Calera, creo, y un último en Santiago. En uno
de ellos hubo víctimas fatales. Lamentable.
Cinco, ocho, diez, veinte,
fácil, miran como embrujados sus celulares; una chica frenéticamente pulsa las
letras mientras se afirma con el aire. Me aburre la dependencia. Más allá, no
lo creo, una mujer joven, afirmada con un brazo enrollado, lee un libro. A dos
pasos, otro señor está ensimismado en lo que parece ser ‘El Señor de los Anillos’,
a juzgar por el colorido de la portada y el grosor del volumen.
En la Estación Viña del Mar
se desocupan varios asientos. Me encamino a uno de ellos, me siento y disfruto
de la cercanía de Miramar, donde volverá la señal de radio. Al fondo del carro,
dos personas leen también.
Mi incredulidad no tiene
límites. Pulsaría la palanca de emergencia solo para hacerles ver a los otros
pasajeros la sana compañía del libro.
A los cuatro no les importa
el IVA a los libros y no lo usan como chivo expiatorio. Saben que la cultura no
tiene precio.
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