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Discurso del ascensor: La clave para presentar tus ideas con impacto

“Quince años después”.




Sabe perfectamente cómo empezó. Recuerda que todo se originó cuando se encontró con un amigo de colegio en plena calle Valparaíso. No se veían desde hace muchos años, pero el tiempo no había hecho mella en sus rostros ni en su físico, por lo que se reconocieron de inmediato, contrariamente a lo que pasaba en las juntas de excompañeros, cuando a veces debías preguntar - ¿Quién es él?, ante el rostro de un desconocido. Una vez que te lo dicen, una exclamación de asombro y el fogonazo de esa cara cuando era niño y la mudez van de la mano.


Un fuerte abrazo y las consabidas preguntas de cómo te ha ido,  qué haces, te casaste, cuántos hijos tienes y otras por el estilo. Repentinamente, una mujer se aproxima, su amigo le cierra el paso y la saluda con afecto. Ella, sorprendida, retribuye el cálido abrazo y él le presenta a su acompañante. Hablan durante algunos minutos y el protagonista de nuestra historia se despide, debo ir a la notaria, me esperan para firmar un documento, fue un placer, adiós, cuando se junten los de la generación X me avisas. 


A la semana, por la misma avenida, en el mismo trámite, su mismo amigo lo saluda, qué haces de nuevo por acá, en la misma h… del otro día, la transferencia del auto se ha demorado, tenía un parte y no sé qué más. Recuerdas a la mujer de la otra vez, sí, buenamoza, es amiga de hace años,  quedó prendidísima de ti, jajajajajaja, no te creo, sí h…, de verdad, me pidió tus datos y dijo que te iba a buscar, se los diste, sí, obvio, pero le dije que cuando hablara contigo y me dieras permiso te podía llamar, te parece, no hay problema, vamos a tomarnos un café al Samoideo, bueno, vamos.


Fue un trámite el encuentro, pues desde la última vez con su amigo esperó su llamada vanamente durante algunos días;  pese a que ya se le había difuminado  algo su rostro, sabía que la había encontrado interesante y no fue difícil juntarse. 


Al café vino otro, y otro y otro. Ella pidió helado, de esos en copón guarnecido con galletas ostentosas y con el chocolate derramándose por el borde. La conversación transcurrió entre qué haces, y tú,  estás casado, no, tú, tampoco, tuve una relación pero fracasó, no era mi tipo. 


Con la mirada acordaron ir a otro sitio. Fue fulminante. Total, ya eran adultos, así que sabían a lo que iban, qué buscaban. Pagó y se dirigieron raudamente al más cercano, algo sabía él, total su soltería sempiterna le permitía codearse con cuanto motel viñamarino hubiera. Casi era conocido. 


Luego de la jornada amorosa, que no narraré, pues no estoy autorizado para hacerlo, vino la conversación más íntima. Ella le contó que apenas lo vio, recordó su niñez, él era un joven, amigo de sus hermanos, los separaban quince años o algo más, pero siempre fue su amor ideal, su objeto de deseo, su aspiración. Aunque había pasado mucho tiempo, en algún rincón su recuerdo permanecía en su mente y cada tanto se reavivaba. El Destino, diría ella, la casualidad, diría él, los reunió esa tarde en una calle viñamarina, y ella se prometió no descansar hasta concretar lo que desde niña ni siquiera se imaginó. 


Con algún esfuerzo, a su mente vino la imagen de una mocosa, de no más de doce años, que  gustaba de interponerse en las conversaciones con los mayores, ‘florearse’, correr de acá para allá, gritar, todo con el ánimo de llamar la atención. Y se sintió culpable.


Se despidieron esa tarde – noche y se propuso no verla más. Ella, solícita, lo llamó una y mil veces, pero él siempre dejaba sonar el teléfono sin responder. Cientos de mensajes llegaban, qué pasa, amor, cómo estás, quiero verte de nuevo, te espero allí mismo donde nos reencontramos, te amo, no me abandones, qué hice mal. Él, obstinado, nunca contestó. 


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