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Este trabajo tiene licencia bajo CC BY-NC-ND 4.0
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Sabe
perfectamente cómo empezó. Recuerda que todo se originó cuando se encontró con
un amigo de colegio en plena calle Valparaíso. No se veían desde hace muchos
años, pero el tiempo no había hecho mella en sus rostros ni en su físico, por
lo que se reconocieron de inmediato, contrariamente a lo que pasaba en las
juntas de excompañeros, cuando a veces debías preguntar - ¿Quién es él?, ante
el rostro de un desconocido. Una vez que te lo dicen, una exclamación de
asombro y el fogonazo de esa cara cuando era niño y la mudez van de la mano.
Un
fuerte abrazo y las consabidas preguntas de cómo te ha ido, qué haces, te casaste, cuántos hijos tienes y
otras por el estilo. Repentinamente, una mujer se aproxima, su amigo le cierra
el paso y la saluda con afecto. Ella, sorprendida, retribuye el cálido abrazo y
él le presenta a su acompañante. Hablan durante algunos minutos y el
protagonista de nuestra historia se despide, debo ir a la notaria, me esperan
para firmar un documento, fue un placer, adiós, cuando se junten los de la generación
X me avisas.
A la
semana, por la misma avenida, en el mismo trámite, su mismo amigo lo saluda,
qué haces de nuevo por acá, en la misma h… del otro día, la transferencia del
auto se ha demorado, tenía un parte y no sé qué más. Recuerdas a la mujer de la
otra vez, sí, buenamoza, es amiga de hace años,
quedó prendidísima de ti, jajajajajaja, no te creo, sí h…, de verdad, me
pidió tus datos y dijo que te iba a buscar, se los diste, sí, obvio, pero le
dije que cuando hablara contigo y me dieras permiso te podía llamar, te parece,
no hay problema, vamos a tomarnos un café al Samoideo, bueno, vamos.
Fue
un trámite el encuentro, pues desde la última vez con su amigo esperó su
llamada vanamente durante algunos días;
pese a que ya se le había difuminado
algo su rostro, sabía que la había encontrado interesante y no fue
difícil juntarse.
Al
café vino otro, y otro y otro. Ella pidió helado, de esos en copón guarnecido
con galletas ostentosas y con el chocolate derramándose por el borde. La
conversación transcurrió entre qué haces, y tú, estás casado, no, tú, tampoco, tuve una
relación pero fracasó, no era mi tipo.
Con
la mirada acordaron ir a otro sitio. Fue fulminante. Total, ya eran adultos,
así que sabían a lo que iban, qué buscaban. Pagó y se dirigieron raudamente al
más cercano, algo sabía él, total su soltería sempiterna le permitía codearse
con cuanto motel viñamarino hubiera. Casi era conocido.
Luego
de la jornada amorosa, que no narraré, pues no estoy autorizado para hacerlo,
vino la conversación más íntima. Ella le contó que apenas lo vio, recordó su
niñez, él era un joven, amigo de sus hermanos, los separaban quince años o algo
más, pero siempre fue su amor ideal, su objeto de deseo, su aspiración. Aunque
había pasado mucho tiempo, en algún rincón su recuerdo permanecía en su mente y
cada tanto se reavivaba. El Destino, diría ella, la casualidad, diría él, los
reunió esa tarde en una calle viñamarina, y ella se prometió no descansar hasta
concretar lo que desde niña ni siquiera se imaginó.
Con
algún esfuerzo, a su mente vino la imagen de una mocosa, de no más de doce
años, que gustaba de interponerse en las
conversaciones con los mayores, ‘florearse’, correr de acá para allá, gritar,
todo con el ánimo de llamar la atención. Y se sintió culpable.
Se
despidieron esa tarde – noche y se propuso no verla más. Ella, solícita, lo
llamó una y mil veces, pero él siempre dejaba sonar el teléfono sin responder.
Cientos de mensajes llegaban, qué pasa, amor, cómo estás, quiero verte de
nuevo, te espero allí mismo donde nos reencontramos, te amo, no me abandones,
qué hice mal. Él, obstinado, nunca contestó.
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