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Discurso del ascensor: La clave para presentar tus ideas con impacto

Breves crónicas de una gran ciudad





Plena Avenida Libertad, entre 9 y 8 Norte, calzada oriente, mediodía caluroso: una nutrida familia de argentinos camina diligentemente en dirección al centro; repentinamente, un muchacho pasa corriendo veloz a su lado y se pierde en las cuadras siguientes, eludiendo a los transeúntes que caminan desprevenidos, quizá pensando en la proximidad del Año Nuevo y en el menú.



-       ‘¡Choreo!’ – señala el papá, quien lleva en sus hombros al retoño.



Muchos miran con cierto temor en dirección del presunto  ‘lanza a chorro’, mientras se quedan comentando que estaba vestido así, que llevaba los audífonos puestos, que si corría tan rápido, que parecía un ‘cabro’ bueno; otros, en cambio, dirigían su vista hacia el norte esperando en cualquier momento la irrupción de alguna mujer gritando desaforadamente - ¡Al ladrón! ¡Me robó!



Más adelante, entre 3 y 2 Norte, un tipo joven y regordete  lanza monedas al aire que captura con destreza, mientras musita entre una letanía casi indescifrable y un mensaje de mendicidad. Te mira a los ojos y si no le das, sutiles imprecaciones mezcladas con palabras de agradecimiento te empapan de pies a cabeza. Te acercas a la reja del Liceo Bicentenario procurando mimetizarse con su estructura, pues sospechas que si no le das te golpeará.



Ya en el paradero, dos, tres, cuatro voceadores te interpelan  -¡A 500! ¡Al centro de Quilpué! Se te acercan, melosos, casi te toman del hombro y te guían al bus que espera llenarse mientras las luces verdes pasan una tras otra, concitando la ira silenciosa de los pasajeros que anhelan despegar con prontitud; su única reacción es golpear con el pie el piso del bus, pero mirando por la ventanilla desentendiéndose del reclamo, no sea que te descubran, típico de tirar la piedra y esconder la mano, así nos han educado, lamentablemente. Al final, unas cuantas monedas recompensan los gritos del muchachón que se queda contando con deleite el fruto de su escaso esfuerzo.



Mirar a tu alrededor siempre tiene ventajas.



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