Me
la contaron, como siempre pasa. Y mi memoria se torna aguda cuando llega a mis
oídos una historia como esta.
“Era
el tercer año de la Unidad Popular. Las marchas de uno y otro bando se sucedían
con pasmosa rapidez y desembocaban casi siempre en riñas y batallas campales.
Los
linchacos y las hondas, las mismas con que los jóvenes de ambos bandos se
ubicaban debajo de los puentes viñamarinos o sobre los cerros porteños y hacían
puntería sobre los manifestantes con voluminosas bolas de acero, eran
imperdibles en las mochilas de los estudiantes y de los no tanto.
Entre
los personajes curiosos que deambulaban por los pasillos del Pedagógico de la
Universidad de Chile, hoy UPLA, había un parcito que llamaba la atención, tanto
por sus excentricidades como por su descaro, ya que ambos no estudiaban
carreras conocidas, pero se decía que eran pagados por sus partidos.
Uno,
el ‘Chago’, un flacuchento alto, desgarbado, dueño del don de la palabra,
agradable, desprendido y amigo de las charlas sempiternas acompañadas de
numerosos cigarrillos y cafés cargados que no se demoraba en cambiar por rubias
cervezas, derechista incondicional y miembro de Patria y Libertad, contumaz
peleador a mano limpia y con lo que pillara, aplicaba la lógica del ‘comunista
bueno es el comunista muerto’.
El
otro, el ‘Guatón’ Estay, izquierdista, no sabía si del PS o del PC, pues –
decía – ambos son lo mismo, gustaba de dirigir encendidos discursos llamando a
la revolución del proletariado en contra de la burguesía, le gustaba la buena
mesa y chapurreaba saliva arriba del asado de tira, el pebre, el pan amasado y
el choripán generoso, mientras abominaba del ‘ricachón’.
Comienzos
de septiembre del 73. Por los corrillos universitarios, tradicionalmente bien
informados, se hablaba sobre las opciones para el país: o guerra civil o golpe
militar. Los ánimos estaban enfervorizados; ya no bastaba con que los rojos
vistieran de rojo, ni que los amarillos vistieran de amarillo. Se olían a
cuadras de distancia, se buscaban y se arremolinaban dándose de golpes con los
linchacos, palos de escoba, astas de bandera y hondazos a distancia mortal.
El
‘Guatón’ Estay, fanfarrón, se hacía ver por los pasillos, se metía a las salas
y ajeno al reclamo de los profesores, levantaba el dedo índice y amenazaba a
quienes eran más timoratos:
- Te
voy a matar, ‘facho’ hijo de la gran…. Y
a tu madre me la voy a llevar a la cama. Las momias al colchón y los momios al
paredón, proseguía, mientras miraba con aire desafiante a algunos muchachos que
agachaban la cabeza, atemorizados por el descomunal individuo.
La
verdad es que nadie le conocía carrera de origen ni actual, pues había pasado
por casi todas, duraba dos años, adoctrinaba a algunos incautos que armaban la
siguiente célula y se cambiaba, muchas veces más por presiones académicas que
por su postura política.
Llegó
el 11, por tierra y aire, y mientras los
jerarcas arrancaban, asilándose en embajadas o en iglesias, la carne de cañón
se quedó a defender la revolución. Allí
le perdí la pista al ‘Guatón’ Estay, mientras yo era detenido por ser dirigente
universitario y pasé vacaciones de una semana en una celda del regimiento porteño,
gozando de las bondades y gentilezas de unos conscriptos que se empecinaban en
averiguar si yo sabía algo de un Plan Z o algo por el estilo. Mis testículos
pueden acreditar el excesivo celo de estos soldados y que no me sacaron nada,
pues nada sabía; era un piojento tirado a dirigente universitario.
Pasó
el tiempo, varios años, no sé cuántos, pero deben haber sido cinco, por lo
menos. Cierto día, yo viajaba desde Peñablanca a la universidad, pues había
retomado los estudios. El destartalado bus iba casi desocupado, así que me
senté al final, en ese que queda frente al pasillo. Tenía algo de sueño, por lo
que entrecerré los ojos, tomando en cuenta el larguísimo viaje que me esperaba.
Adormilado,
me sobresalté al escuchar un grito:
-¡Te
soltaron, huevón! ¡Te soltaron! ¿Los milicos te dejaron libre?
Me
sobresalté por las frasecitas y miré: un fulano flacuchento, demacrado, me
miraba con ojos desencajados y se abalanzaba hacía mí con los brazos abiertos
dispuesto, creo, a abrazarme. Hice un esfuerzo mental y reconocí, por la pura voz, al ‘Guatón’ Estay.
Mi
instinto de supervivencia me conminó a ignorarlo, pues los escasos pasajeros se
daban vuelta a ver a quién hablaba el destartalado individuo que seguía
gritando, entre alborozado y
sorprendido: - ¡Te soltaron, huevón! ¿Cómo lo hiciste?
- Usted
se equivoca – le dije –, no soy quien cree. Me confunde. Para mis adentros
razonaba así: si alguien sabe que tuve un pasado revolucionario, hasta ahí
nomás llegué. Y aunque ya había estado encarcelado en el regimiento, podía ser
sospechoso de acciones terroristas y llegaría una camioneta, me meterían
encapuchado y se perdería mi rastro, para siempre.
- - Usted
se equivoca – insistí.
- - Perdone,
señor – dijo el irreconocible ‘Guatón’ Estay, después de unos segundos
interminables –, lo confundí con otra
persona. Agachó la cabeza, como
sintonizando con el miedo que recorría mi columna vertebral, y la prudencia se
hizo espacio en su afiebrada mente, callando. Se sentó adelante y no volvió más
la cabeza. Ni siquiera cuando se bajó, en el centro de Viña.
Seguí
mi viaje, mientras mi estómago pugnaba por desatar los nudos que el ‘Guatón’
malhadado había hecho.
Nunca
más lo vi, gracias a Dios. No habría resistido un nuevo encuentro. "
Derechos
reservados. ©
Comentarios