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Extraída de Google
--¡Hijo!
Silencio
--¡Hijo!
Silencio
--¡Hijo! - El grito restalló en el
silencio de la tarde.
--Ya voy, mamá – contesté desde el patio
de la vieja casona, mientras ocultaba en los bolsillos de mis pantalones cortos
la honda que recién me había hecho. Pensaba ir a cazar pajaritos y lagartijas
al cerro con mis amigos, diversión que mi mamá odiaba.
--Toma – pasándome un billete -, compra
medio kilo de azúcar.
--¿De cuál? – pregunté.
--¿De cuál va a ser? De la rubia, si
para la blanca no me alcanza, pues es más cara.
--Ya – dije – voy ahora mismo.
Partí hecho un bólido, como siempre lo
hacía cuando me mandaban a comprar, ya que la posibilidad de hacer un ‘recorte’
y quedarme con el vuelto para comprarme un helado era tentadora.
Llegué al emporio y pedí:
--Buenos días, don Juan (¿se han fijado
en que los dueños de negocios se llaman habitualmente ‘Juan’?)
--¡Hola!
--¿Me vende medio kilo de azúcar rubia,
por favor?
Extraída de Google: Cherry Chile
La pesó y envolvió en un papel café, de
esos de un lado suave y otro áspero, le dio tres vueltas a ambos lados para
hacer una suerte de nudos y me lo pasó, previo pago del dinero. Guardé las
monedas del vuelto y me lancé a correr de vuelta a casa, pensando en cuántas
monedas me dejaría.
Crucé por la Plaza Echaurren y paré
repentinamente: tres de mis amigos de la pandilla jugaban en la pileta. Me
acerqué para saber cuál era el juego y lo que vi me entusiasmó: un barquito de
papel era mecido por las olas que hacían con las manos.
Sin pensarlo, dejé el paquete de medio
kilo de azúcar rubia en el borde de la pileta y me uní al juego. Tres, cuatro, cinco
vueltas dio el barquichuelo por la fuente de agua, sometido a la fuerza de
nuestras manos que semejaban pequeños remos en medio de la tormenta.
En eso, un mal movimiento hizo que el
paquete de azúcar rubia cayera al agua. Vi espantado cómo se esfumaba el
encargo y el papel se desplazaba por la superficie; las lágrimas acudieron
irresistiblemente a mis ojos, previendo los correazos que me daría mi mamá. Y
pensar que con pantalones cortos las marcas humillantes y dolorosas quedarían
por días, siendo el blanco de las miradas y preguntas insultantes de mis compañeros
de curso.
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