Mi cuento ambientado en la Antigüedad
Teseo sintió tensa la cuerda.
Recordó la advertencia de Ariadna de no soltarla, pues era su pasaporte de
salida.
Armado hasta los dientes, con
el coraje exudando por los poros, se encaminó con ligereza al extremo de la
soga.
Atento, vigilante, aguzando la
vista en la oscuridad, dio uno, dos, tres, cuatro, cinco largos pasos, apoyando
la desnuda espalda en los fríos muros del laberinto.
Todo un pueblo confiaba en él.
Lo sabía. Su pensamiento se dirigió fugazmente hacia la figura de su amada.
Esa distracción le fue fatal: ni
siquiera sintió el manotazo mortal en la nuca.
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