La divertida historia de Toñito: un
profesor poco convencional
Descubre la hilarante historia de
"Toñito", el peculiar profesor particular de Matemáticas, cuyas
clases se convirtieron en una experiencia inolvidable por razones
insospechadas. Entre tazas de té verde, charlas triviales y ruidos inesperados,
esta anécdota demuestra que no todos los docentes son como uno espera.
Es una historia muy graciosa, que me
contó una chica queridísima, cuyo nombre me reservo. Ella sabe, en todo caso,
que la relataré, pues me autorizó:
La fiebre de la PSU prende en los
jóvenes en 3º. Medio, a algunos antes, y comienza la búsqueda frenética de la
mejor solución: un preuniversitario o un profesor privado. La chica de la
historia optó por la segunda, por lo menos en lo tocante a Matemática, dado que
su carrera le exige 25% de esta materia.
Como es común en toda época de año, los
alrededores de los colegios están empapelados con avisos de clases particulares
de todo tipo, por lo que no es extraño ver postes cubiertos con nombres, fonos
y atractivos mensajes; de la misma manera, las universidades e institutos
profesionales cuentan con nutridas ofertas de alojamiento con y sin desayuno,
piezas compartidas, ambiente “familiar” (¿será que comparten cocina, gastos
comunes y baño con los dueños?) y un
etcétera que incentiva a cualquiera que anhela algo de comodidad para cuando se
estudia lejos de casa.
Termino de divagar –total, soy el
narrador testigo, así que es mi privilegio – y prosigo con mi relato.
En mala hora – hasta el día de hoy se
arrepiente de la mano que escribió el teléfono – se fijó en un letrero, que
publicitaba las mentadas clases de PSU, por lo que anotó el número y ya en su
casa llamó:
- ¡Aló!
- ¿Sí? – una voz grave al otro lado de
la línea.
- ¿Usted hace clases de PSU Matemáticas?
- Así es – responde la voz grave.
Luego de saber más elementos, decide –
previa autorización de sus padres - contratar los servicios de este Profesor;
así, se inicia la preparación para cumplir una meta que muchos jóvenes han
trazado.
Ya la primera clase fue extraña, pues el
docente se enfrascó en conversaciones que dejaron la clase en apenas la mitad
de lo planificado y pagado.
Pensando en que lo ocurrido fue
excepcional, siguió contando con su ayuda; sin embargo, todas las clases eran
iguales: una hora de conversación –temas triviales, por cierto – y una de
clase. Además, cuando agarró confianza le pidió me puedes traer un café con un
chorrito de leche (estilo indirecto libre, por si acaso, para que lo entienda
mejor).
Sorprendida, hizo caso. En otras, pedía
un té, pero no común, sino verde, con un poquito de leche. Este ritual doble se
repetía todas las clases, al que se agregó uno muy curioso. Ustedes juzgarán:
Pedía permiso para ir al baño y, según
declaraciones de mi protagonista, se demoraba muchísimo. Como la casa estaba en
silencio, escuchaban “truenos” provenientes del estómago del profesor, que
rompían la quietud y perfume de la tarde.
Los sonoros y odoríferos ruidos se
percibían en toda la planta baja y causaban la hilaridad de la protagonista y
su hermano, no porque estuvieran atentos a los estampidos del ocupante del
baño, sino porque eran tan ruidosos que había que ser sordo para no oírlos.
En esa época, un canal chileno
transmitía una serie –dicen muy conocida – en la que había un personaje,
“Toñito”, al que este espécimen era parecido. Así que, ni cortos ni perezosos
bautizaron a este gentilhombre amante de los ruidos ventrales (por decirlo de
manera suave, pues no era por ahí el punto de salida de sus zambombazos) como
“Toñito”.
Al poco tiempo, el profesor fue cesado
en sus funciones y la protagonista decidió llamar a otro que le había hecho
clases particulares cuando era más chica. Fue un muy buen paso.
En tanto, en la casa del ¡Pum!
(onomatopeya de diversos ruidos y sonidos), cada vez en que se escucha,
disparado por azar o motivado por la comida, algún sonido de esta índole, todos
se ríen mientras el autor exclama: - ¡No fui yo! ¡Fue Toñito!
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