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Extraída de YouTube
"Las historias que no contamos", dos almas se enfrentan a los silencios y confesiones que
surgen en un pub habitual. Entre miradas sinceras y palabras contenidas, la
música y el amor prohibido entretejen una historia que, en su incompletitud,
encuentra una belleza eterna.
La música flotaba en el aire como un
hilo que unía sus silencios. Estaban sentados en el mismo pub de siempre, donde
acostumbraban a reunirse cuando ella lo ‘amenazaba’ dulcemente, mirando al
cielo como de costumbre, con una nueva historia. Sobre la mesa, dos vasos a
medio llenar y un cenicero con tres colillas, sus colillas, porque ella ya no
fumaba.
El lugar olía a una mezcla de modernidad
y tabaco, que contrastaba con el dulce y suave perfume que ella exhalaba.
Andrea tamborileaba los dedos sobre el vidrio del vaso, su mirada fija en un
punto lejano, más allá de los límites del lugar. La luz tenue de las lámparas
proyectaba sombras suaves sobre su rostro, destacando la línea de su mandíbula
mientras sus pensamientos parecían navegar en mares lejanos.
"¿Sabes?", comenzó con voz
tranquila, aunque sus palabras parecían latir con el peso de algo contenido.
"Siempre pensé que el amor era simple. Que bastaba con amar a alguien para
que todo encajara. Pero ahora… no sé. Cuando me vine del sur, nunca imaginé
pasar por esto. En este
último tiempo, desde que te conocí, imaginaba cómo sería la vida si pudiera
detener el reloj en algunos momentos. O estar en un lugar donde los anhelos no
fueran pecado y el tiempo no pesara tanto”.
Él la miró con atención, sosteniendo el
vaso entre las manos como si fuera el ancla que necesitaba para mantenerse
firme. Se fijó en el inconfundible gesto de Andrea, su mirada al cielo, acción
nerviosa que había aprendido a reconocer con el tiempo.
"¿Qué pasa, Andrea?"
Ella dejó escapar una pequeña risa, pero
sus ojos no acompañaron el gesto. "No debería decirte esto. Es ridículo,
tal vez egoísta. Pero estoy casada, tú también, y… cada día anhelo más nuestras
juntas, contarte mis historias, se me hacen imprescindibles."
El tiempo pareció detenerse. El ruido
del pub se desvaneció, y en ese instante, solo existieron ellos dos. Él dejó el
vaso sobre la mesa con cuidado, intentando encontrar las palabras correctas,
pero todas parecían insuficientes.
“Andrea, …”
"No tienes que decir nada,"
interrumpió ella, clavando su mirada en la de él. Sus ojos eran un espejo de
tormentas contenidas, reflejando un mundo de emociones que luchaban por salir.
"Solo quería que lo supieras. Este sentimiento me quema, pero también me
asusta. No quiero hacer daño, no a él y tampoco a ti."
El silencio entre ellos se extendió,
cargado de posibilidades y de caminos no transitados. Oía las risas, las
conversaciones y la música estridente muy lejanas, como si un vidrio invisible
los aislara de ellos.
Finalmente, él tomó aire y dijo:
"Andrea, la vida está llena de decisiones difíciles. Pero no quiero ser el
motivo de tu tormento. Si algún día decides algo, lo que sea, hazlo por ti. No
por mí. Me dolerá, es cierto, pero no importa".
Ella asintió lentamente, sus ojos
brillando con lágrimas contenidas. "Solo quería que lo supieras. Ahora
siento que puedo respirar".
La velada continuó, pero algo había
cambiado. Las historias que Andrea solía narrar, esas de su natal Pichirropulli,
que brotaban de su memoria como ríos caudalosos, quedaron relegadas a un
segundo plano. En cambio, ambos dejaron que la música hablara por ellos,
uniendo lo que las palabras no podían.
Al despedirse esa noche, ella lo abrazó
con una intensidad que casi rompió el aire. "Gracias," susurró, antes
de marcharse, dejando en el aire el perfume de una despedida y la promesa de un
recuerdo eterno.
Se despidieron esa noche, conscientes de
que aquella confesión marcaría un hito en su relación de amistad, por lo menos,
esa amistad que ellos habían forjado inocentemente. Sabía que no volvería a
verla igual, pero también entendía –con el dolor de su alma, es cierto– que
algunas historias están destinadas a permanecer incompletas, porque solo así
conservan su belleza.
Encendió un último cigarrillo, dejando
que el humo se mezclara con sus pensamientos. Mientras lo hacía, la letra de
Keith Urban resonó en su mente, cada verso era un eco de lo que sentía en su
corazón.
And I’m gonna make you this
promise
If there’s life after this
I’m gonna be there to meet
you
With a warm, wet Kiss
Mientras entonaba en voz
baja la canción, no pudo evitar imaginar una vida donde esas promesas no fueran
solo una canción, sino una realidad posible".
https://www.youtube.com/watch?v=cSgL01PuAjc
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