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El loco Pepe: karma y prejuicio

 


 


 

Extraída de Google: Queens Latino

En un barrio porteño, todos temían al 'loco Pepe', un hombre con síndrome de Down malinterpretado por su apariencia y comportamiento. A través de su historia, se revela un relato profundo sobre el karma, cuando un amigo despedido injustamente por su jefa experimenta las consecuencias de su propia crueldad. 'Las historias que no contamos' es un cuento que explora la incomprensión, la justicia y el impacto de nuestras acciones en los demás

¿Crees en el karma?, me dijo Andrea sin mayores aspavientos. La verdad es que sí, le respondí, pensando en muchos casos de personas que abruptamente, sin mediar aviso ni justificación, sufren golpes de la vida.

Le recordé el caso de un personaje, compañero de algún empleo, que perdió a su hija, una bebé de pocos meses, porque se ahogó con sus reflujos, mientras estaba en una sala cuna, allá en Valparaíso. Fue muy comentado, pues se habló de negligencia de las cuidadoras y apareció en la prensa. Fue dolorosísimo.

Años después, este personaje, casado y con dos hijos que eran terremotos, literalmente hablando, dejó a su señora para liarse con una alumna, con quien formó pareja, abandonando a su familia. Cuando lo conocí, era oportunista y algo depravado. Siempre me imaginé que cuando se sufre alguna tragedia, la persona debe reflexionar para saber si está pagando algún karma, lo que exige un cambio en su relación con los otros. No sé, pero la idea es actuar bien siempre, pues la ley de la atracción existe: si hago el bien, recibiré bien; si actúo mal, ese mal se devolverá a mí.

Debes recordar el caso de mi amigo, me dijo, al que su jefa despidió por razones inexplicables. Nos reímos porque lo atribuimos a despecho amoroso. Mi amigo me contó que la había visto en un par de ocasiones: envejecida, desarreglada y con una mirada que no era la de antes. Había perdido su cargo y tuvo una larga licencia por enfermedad. ¿Será el karma?", preguntó Andrea, con ese tono de intriga que siempre acompaña sus relatos.

Hizo un alto para beber un trago del dulce licor que acostumbraba, tomó aire, miró hacia arriba, como siempre lo hacía (cuánto amo este gesto) y prosiguió con la historia que llegó a sus oídos y quiso fascinarme con ella::

En el barrio porteño donde crecimos, todos conocíamos al loco Pepe. Era imposible no notarlo: un hombre de cara extraña, andar desgarbado y una voz que no hablaba, sino que gritaba. Siempre caminaba de la mano de su mamá, una anciana de cabello blanco y mirada cansada. Pepe generaba miedo. Su presencia bastaba para que los niños cruzáramos la calle, y los adultos lo observaran con un gesto entre desprecio y compasión. Nadie sabía mucho de él, y nadie se atrevía a preguntar.

Cierta vez se acercó a nosotros cuando jugábamos en la vereda. Gritó algo ininteligible y todos salimos corriendo, mientras su madre lo llamaba desesperada desde lejos. Esa imagen, la de Pepe intentando comunicarse y nosotros huyendo, regresó a mi mente con una fuerza inesperada.

Muchos años después, comprendí lo que nadie en el barrio se había tomado el tiempo de entender: Pepe no era "loco". Pepe tenía síndrome de Down. Sus gritos eran intentos de palabras que no sabía cómo formar, y su madre, siempre a su lado, era su ancla en un mundo que lo trataba con indiferencia y temor.

Hoy, al recordarlo, siento una mezcla de culpa y tristeza. ¿Cómo no lo vimos? ¿Cómo permitimos que el miedo nos cegara tanto? Quizá, como en la historia de la jefa, haya algo de karma en la vida, una forma en que las historias que no contamos se nos revelan tarde o temprano. La de Pepe fue una de ellas: una lección sobre cómo la ignorancia y el prejuicio pueden deformar nuestra percepción de la realidad.

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