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Mostrando entradas de marzo, 2017

Pablo Neruda visto desde una terraza (relato)

-        ¡Hijo, ven!   ¡Apúrate!  El llamado de la mamá sonó estruendoso en la casona de tres pisos. De cielo raso a más de cuatro metros, de anchas piezas con murallas cubiertas de papel mural y repletas de cuadros con familiares   ya idos, otorgaba una resonancia especial a cualquier voz humana. -        ¡Voy, mamá!   -        ¡Rápido!, urgió la mamá.  Me acerqué a mi mamá que estaba en la terraza y miraba hacia abajo. -        ¿Sabes quién es? Miré hacia abajo y vi a tres tipos mayores. Uno, el más alto, vestía una gabardina oscura, cuello de gamuza negra, camisa alba y una corbata negra. Llevaba un jockey con larga visera, de esos de los jinetes del Hipódromo. Justo miró hacia nosotros, atraído por el bullicio de mi mamá o porque sintió la fuerte miraba nuestra. Pude, así, ver una nariz aguileña y parte de un perfil que nunca olvidaré, pese a que en ese entonces ignoraba de quién se trataba. -        ¿Quién es, mamá? – le pregunté.   -         

'Si no te hubieras ido' (relato)

  https://www.youtube.com/watch?v=tOVHj4zuRTU  ('Si no te hubieras ido', Marco Antonio Solís) Una feria local, pequeña, no más de una vuelta y cincuenta puestos. Por acá y por allá se apilan, ordenadamente, a veces, como cayeron de las matas, otras, tomates, limones, cebollas, ajos, paltas, duraznos, manzanas de estas y de las otras. Más allá, un puesto de comida deja exhalar aromas algo confusos, pero sabrosos.  Un señor que vende papas de esas rojizas afina el dial del radio que lleva, y sintoniza una emisora local. Las canciones se suceden, todas románticas, ‘cebollentas’, dirán algunos, pero no menos impactantes. Una melodía familiar suena y se agitan los vecinos. Aguzo el oído y puedo identificarla: Marco Antonio Solís, el predicador, por su barba y apariencia. ‘Te extraño más que nunca Y no sé qué hacer Despierto y te recuerdo al amanecer Espero otro día por vivir sin ti El espejo no miente te veo tan diferente Me haces

‘El inspector de colectivos’

El inspector - nombre pretencioso - se pasea nerviosamente por el amplio ‘desplayo’ encementado. Viste jeans, algo raídos por el excesivo uso, y zapatillas albas, de caña media. Una polera ancha con la leyenda 'Pantera' cubre su humanidad algo excedida de peso. Lo llamativo es su caminar, pues me recuerda a los pingüinos, pasitos cortos, como si tuviera problemas de tiro en los pantalones: un pasito corto, otro pasito corto, cortos y rápidos, un giro abrupto a la derecha y a seguir con los pasos cortitos, otro giro, ahora a la izquierda, y dale con los pasitos cortos, uno, primero, otro después.  Y no es la única vez que se pasea nervioso: es su estilo. Mientras camina, mueve vertiginosamente sus dedos sobre el teclado de su celular. ‘Whatsappea’ con alguien, su polola, seguramente, a quien vi algún día. Cada tanto, levanta la cabeza, ve si viene un colectivo, anota algo en un cuaderno y mueve a la gente: - A la Sol. – A Los Pinos. – A Marga Marga. Más a Los Pinos,

‘La merienda’

El microbús se desplazaba vertiginosamente por las anchas calles del Troncal. Antiguamente, era conocido como ‘el camino de la muerte’ por las frecuentes colisiones entre vehículos que iban y venían por este cordón umbilical que une Viña del Mar y el interior, hasta que pusieron barreras divisorias entre ambas direcciones.  El conductor, macizo, perdía gran parte de su humanidad en los bordes de su movedizo asiento, la que tendía a irse al abismo por efectos de la gravedad. Joven, no más de 35 años, con un frondoso bigote y una barba incipiente, dejaba entrever la generosidad de sus carnes por los pliegues de su camisa y del abdomen prominente que pugnaba por abrazar el volante.  A su lado derecho, en ese pequeño asiento destinado para los ‘amigotes’, cuyo único atributo es no pagar el pasaje y su talento, ‘meterle conversa’,   las ancianitas o algún viejito que va ‘aquí nomás, a dos cuadras’, una jovencita, niña diría yo, pues no aparentaba más allá de dieciséis o d

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