Era maciza, de andar casi masculino. Imponía terror a sus compañeros de curso, los mismos que molestaban a cuanto alumno nuevo se apareciera por el colegio, pero que ante ella agachaban la cabeza en señal de sumisión. No temía agarrarse a combos con el que le echara la choreada. Dicen que pegaba como patada de mula. Muchas veces, debimos separarla en medio de remolinos de polvo, agarrada de las mechas y con las narices ensangrentadas, en medio de los gritos de sus barristas ¡Chocolate! ¡Chocolate!, en clara alusión al premio mayor de las riñas: la sangre. Es que el físico es primordial en cualquier establecimiento. Enseñar la corpulencia o la estatura es signo Pare ante cualquier intento de acoso escolar. Y ella lo disfrutaba. A veces, solo por presumir, o comprobar si mantenía vigentes sus condiciones, hacía ademán de dirigirse a alguno, pero se quedaba en el intento, pues veía la reacción atemorizada de su interlocutor. Faltó un día, dos, tres, una semana. Y él se inq
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